Prefacio

En un mundo crecientemente globalizado, en una sociedad que deviene día a día más móvil, es cada vez mayor el número de personas y de familias que se reubican geográficamente, a veces de manera reiterada a lo largo de un ciclo de vida familiar, ya sea por crisis económicas o políticas, por motivos laborales, de estudio, de jubilación, afectivos, etcétera.

Durante el período 2011-2016, elegimos trabajar con uruguayos de migra- ción reciente que, fundamentalmente por razones de sobrevivencia, debido a las condiciones socioeconómicas imperantes en el Uruguay, optaron por migrar a comienzos de la crisis económica de principios de este siglo, más conocida como la crisis del 2002.

A diferencia de lo vivido por individuos y familias de pocas generaciones atrás, que huyendo de la represión política y de la opresión militar sufrieron una experiencia desgarradora del exilio, que se suponía acontecería solo una vez en la vida, para muchos migrantes del nuevo siglo, este acontecimiento se ha conver- tido en una transición normativa. Es decir, una experiencia que puede ser vivida subjetivamente como regla más que definida como excepción.

Muchas veces tendemos a pensar al retorno como definitivo («el retornado vuelve para quedarse»). Sin embargo, el retorno puede verse como uno de los tantos movimientos migratorios (transicionales y transitorios), ya que la vida nómade que caracteriza a las sociedades contemporáneas supone una intensa movilidad, con destinos temporarios y no definitivos. En este sentido, la vuelta al Uruguay, luego de dos años o más de residencia en el extranjero, puede ser solo uno de los tantos movimientos residenciales extrafronteras a lo largo de la vida del sujeto. Incluso un porcentaje considerable de uruguayos son simultáneamen- te ciudadanos de otro país y son pasibles de ser retornados de varios países en sus trayectos migratorios. Así nos lo hicieron saber los retornados que atendimos: somos «cuerpos en tránsito», «cuerpos de pasaje».